Abundan los contenidos inapropiados u ofensivos en la Internet
participativa. El anonimato permite decir cualquier cosa y de cualquier
manera: la mayoría de blogs incluyen mensajes de naturaleza ofensiva o indeseada. Efectivamente, según un informe de la empresa de seguridad ScanSafe, el 80% de los blogs incluyen contenidos de este tipo (Cheng, 2007). El sistema lo permite, la ley no lo impide y ciertos medios de comunicación lo promocionan.
La Internet participativa ha demostrado que la gente tiene ganas de
decir cosas, y que las dice tan pronto como tiene la oportunidad de
hacerlo, y esto es íntrinsecamente bueno. Pero también ha demostrado que
la voluntad de decir cosas, es decir, de participar, no implica
necesariamente la voluntad de escuchar ni de establecer un diálogo
enriquecedor. Entonces, lo que allí se expresa no busca tanto la
aportación solidaria o el contraste de opiniones, sino la queja, la
acusación o la denuncia más o menos fundamentadas; incluso la
desacreditación y el ultraje. Es evidente que este tipo de participación
se ampara en el anonimato con que puede hacerse, anonimato que es una
de las características de la Internet participativa.
Otro rasgo propio de la Internet participativa es la facilidad con que se pueden publicar aportaciones en blogs,
foros y otros webs colaborativos. Esta facilidad a menudo se ha juzgado
con un espíritu de ingenuo optimismo y sin la necesaria reflexión.
Porque el vertiginoso entusiasmo por participar en la Internet
colaborativa se ha manifestado como un espejismo cegador, parco de
objetividad: los internautas quedan aquí retratados como seres generosos
que emergen triunfantes de una revolución virtual. Así, la propaganda
los ha elevado a la categoría de redactores, artistas o productores,
pero sin considerar si para ello poseen suficientes conocimientos o
cualificación, competencia lingüística o solvencia en comunicación, y
algunos se permiten infringir ciertos derechos de propiedad intelectual,
a veces tan básicos como la atribución de autoría.
¿En Internet vale el «todo vale»? El debate continua abierto. Tim O’Reilly, Jimmy Wales y otras figuras relevantes de Internet ya se han pronunciado sobre la cuestión, y proponen códigos de conducta (Stone,
2007). Son directrices cuyo objetivo es erradicar los comentarios
difamatorios, amenazantes o anónimos de cualquier página que permita la
creación de foros para uso de sus lectores. Pero incluso las mejores
propuestas, que apelan a los buenos modales, quedan finalmente en papel
mojado. La situación por tanto se perpetúa y con frecuencia la denuncian
algunos medios de comunicación: el acceso fácil y sin un filtro
moderador favorece la publicación de contenidos inapropiados u ofensivos
que se escudan en el anonimato de sus autores.
La Internet colaborativa, el conjunto de sitios conocidos con el
controvertido nombre de Web 2.0, se desarrolla sobre los principios
positivos de la confianza en los usuarios y la posibilidad de aprovechar
el conocimiento colectivo. Pero estos principios resultaron una
tentación para promover una propaganda poco ética, y entonces hacen
peligrar las iniciativas que surgen según esta filosofía de
participación a causa de los inconvenientes que presenta: la falta de
control sobre los contenidos y la creciente desprotección de la
intimidad y del honor de toda persona. No es que falten mecanismos para
controlar estos inconvenientes; lo que falta es la voluntad y el
consenso. No es un problema tecnológico: lo que perjudica no es la
tecnología sino las acciones, conscientes o inconscientes, de algunas
personas.
Son frecuentes los casos de vandalismo. Lo ilustran ciertos hechos recientes, algunos ocurridos en España. El foro de A las barricadas fue objeto de una ruidosa denuncia por haber alojado injurias y difamaciones contra el cantante Ramoncín. Durante un tiempo, Google Earth
exhibió, en contra de sus reglas, una foto de terroristas etarras. Y en
un mal ejemplo de valores ciudadanos, los espacios informativos de Televisión Española y Antena 3 enseñaron a saquear el contenido de Wikipedia.
Se pueden combatir los casos de cibervandalismo mediante la
colaboración de los usuarios. Algunos sitios permiten puntuar los
comentarios publicados por otros usuarios y establecer así un umbral a
partir del cual se aceptan, o se rechazan, cada una de las aportaciones;
en otros sitios es posible avisar de que alguien procede sin respetar
las normas de buenas prácticas. Ambas posibilidades, si bien correctas
en cuanto que miran por el bien común, podrían ser cuestionables porque
huelen a censura, a represión de tiempos pretéritos y de regímenes
autoritarios. Pero aún aceptando la posibilidad de notificar los
contenidos que se consideren inapropiados, ésta también podría
considerarse una actitud negativa porque, al igual que aquélla,
carecería de un código deontológico, recopilación consensuada de normas
de buenas prácticas.
Pero a todas luces es evidente que se necesita una regulación: ésta
es fundamental para que la Internet de los contenidos generados por los
usuarios siga prosperando sin obstáculos, y para que la sensatez se
imponga en el mundo de los contenidos digitales.
La Internet participativa ofrece soluciones para compartir fácilmente
todo tipo de contenido digital. Esta accesibilidad implica, como un
efecto secundario, que sean frecuentes las ocasiones en las que es
preciso intervenir para retirar de los foros aquellos comentarios que
resulten ofensivos o de ética dudosa. Moderar espacios supuestamente
destinados al diálogo costaría esfuerzo y dinero porque asumir esa
responsabilidad sobre los contenidos que los usuarios publican supone
tener muchos ojos vigilando. Pero ni esfuerzo ni dinero pueden ser
pretextos para no ejercer la necesaria vigilancia. Porque, por ejemplo,
la mayoría de webs colaborativos son, ante todo, ideas de negocio,
iniciativas de lucro, y en este contexto sería inaceptable la
competencia desleal de quien publicara una falsa información para su
propio provecho. La vigilancia es entonces necesaria. Y esto implica no
confundir control con censura.
El control es necesario, la censura es opresiva, Internet es libertad
controlada. La frontera entre control y censura está en el respeto por
los derechos y las libertades fundamentales, o en la legítima coherencia
con una determinada línea editorial. Aquí no hay controversia posible.
Porque toda libertad tiene sus límites, y la libertad de expresión no es
un derecho que permita afirmar un concepto errado ni autoriza a decir
en un medio de comunicación todo lo que a una persona se le antoje.
La posibilidad de expresarse con libertad en el gran foro de Internet
es una oportunidad extraordinaria para aportar contenidos útiles a la
sabiduría colectiva. Este punto es unas de las claves de la interacción,
pero es un punto débil. Bien lo saben los empresarios vinculados a
Internet, y lo han explotado. Pero la interacción, planteada en clave
empresarial como un mero reclamo para atraer más tráfico, provoca una
sobreactuación en el discurso que pone en entredicho el rigor de la
información en general y el rigor del periodismo en particular.
Influidos por ese perverso concepto de interacción, los columnistas
de ciertos medios digitales de reflexión política o periodística tienden
a la estridencia de una manera desmesurada. Las razones son
audiométricas: todos los medios quieren recibir muchas visitas y tener
el contador más alto para aumentar los ingresos por publicidad. Y las
posturas extremas que muestran los lectores, escudados por el anonimato,
acaban animando a los redactores a ser cada vez más sensacionalistas y
provocadores. Parecen indicar que en la prensa digital hay que actuar
como un enfant terrible y llamar la atención, y provocar, a
cualquier precio. Pero lo que se provoca allí no es precisamente un
debate: basta con entrar en los foros de cualquier periódico digital y
ver en qué términos se comentan las noticias.
La Internet colaborativa tiene un potencial extraordinario, pero sólo
tiene sentido si se la dota de buenos contenidos. Por lo tanto, en
lugar de mitificar la interacción se debería trabajar por la
intermediación. Es difícil la participación con control, filtrada a
través del cedazo de la moderación, pero resultará en un verdadero
servicio a la sociedad.
Y desde el punto de vista legal, la situación en España es de una
cierta inseguridad jurídica, aunque cada vez más sentencias judiciales
buscan acabar con la impunidad en Internet. Los jueces aplican la
legislación que protege el honor y la propiedad intelectual, mientras
que los representantes de las páginas web demandadas piden que se les
aplique la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información.
Esta ley exime de responsabilidad a los propietarios de las sedes web
por las opiniones que se vierten en ellas, excepto si no retiran
rápidamente los comentarios ilícitos. Y no los obliga a supervisar los
contenidos, con lo cual no hay un marco legal para la figura del
moderador. Es decir, la ley no obliga a moderar los comentarios, pero
igualmente habría que hacerlo en virtud de un principio ético. Ya se
sabe que la ley no precede al delito sino que lo prohibe cuando ya
existe en la sociedad.
No se sabe si los comentarios que se vierten en un blog son responsabilidad del autor o no lo son: es un vacío legal. Para la ley, un blog es
un medio de comunicación como cualquier otro y, por lo tanto, debe
regirse bajo las mismas reglas de autoría. Cuando un medio publica un
escrito ajeno sin reconocer la identidad de su autor, se entiende que el
medio asume su contenido. Pero los expertos en legislación no se ponen
de acuerdo y admiten que el debate supera la tradicional aplicación de
la ley, dada la inmediatez de Internet (Sahuquillo y Muñoz,
2007). En cualquier caso, antes de la ley o después de ella, es
indiscutible que no se deben aceptar conductas ilícitas, ofensivas o
malintencionadas en Internet.
Miembro del Grupo ThinkEPI
Fuente: GrupoThinkEPI
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